jueves, julio 27, 2006

El viajero

El viajero se sienta junto a la ventana y mira al paisaje que se desdibuja velozmente al paso del tren. Le resulta curioso contemplar cómo los objetos más inmediatos apenas quedan una fracción de segundo en su retina, mientras las colinas del horizonte se desplazan lentamente, dando sentido al conjunto. Como la vida.
Al viajero le gusta el tren. Disfruta sintiéndose libre para bajarse en cualquier estación, en un apeadero sin nombre; sin tener que dar explicaciones a nadie. La gente sube y baja, y nadie permanece a su lado demasiado tiempo. Como la vida.
Ahora la locomotora arranca pesadamente, y un hombre viene a ocupar el sitio de enfrente con un gruñido initeligible y el pesado sonido de su cuerpo al dejarse caer en el asiento.
Antes incluso que su aspecto, al viajero le llega el olor del extraño. "Huele a pobre", es lo primero que salta a su mente. En realidad, el viajero no tiene ni la más remota experiencia personal de a qué huele la pobreza, si es que huele a algo concreto; pero sabe que se trata de ese olor, mezcla de sudor viejo y ropa ajada por el uso continuado. Le dedica entonces una larga mirada. No hay mucho que ver, en realidad; parece un obrero como otros tantos que vuelve del polígono industrial a su casa del extrarradio después de una agotadora jornada siendo explotado por sus semejantes (el viajero no puede evitar recordar aquel viejo chiste soviético sin gracia: "¿qué es el capitalismo? La explotación del hombre por el hombre. ¿Y el comunismo? Pues, justamente, lo contrario"). Zapatos de suela gruesa, pantalón sin forma, cinturón de herencia familiar, camisa de color y antigüedad indefinidas...
La mirada del viajero se cruza entonces con la del desconocido, y le sorprenden unos inopinadamente hermosos ojos azul grisáceo, de expresión cansada. Hablan de sacrificios sin número, de ilusiones quemadas en la parte trasera de una furgoneta, de promesas de futuro mejor abandonadas junto con el visado de entrada en una cuneta al lado de los invernaderos donde fue esclavizado por vez primera.
El viajero siente una vaga sensación de vergüenza, y aparta la mirada. Fuera, los árboles pasan velozmente sin dejar recuerdo, mientras unos edificios inmutables se agrandan en el horizonte a medida que el tren se acerca a ellos...