lunes, octubre 23, 2006

País de jjediondos

Así, con dos jotas, porque la h aspirada es poco contundente para evocar la sensación de asco y repugnancia que me provoca convivir con los sujetos bípedos de aspecto humanoide que infectan las aceras de mi ¿tierra?.
Pasear por el monte sin encontrarte una nevera abandonada o un vertedero de escombros en un barranco se ha convertido en una quimera. Los fondos de las playas podrían servir de rastrillo dominical con todo lo que albergan. Los escasos 300 metros que separan mi lugar de trabajo del sitio donde aparco mi coche se convierten cada mañana en un eslálon que sortea chicles, plásticos, cáscaras de pipas, latas, lapos multicolores, alguna vomitona y cagadas (quiero pensar que de perros) en diferentes estados de momificación y aplastamiento por incautos peatones. Si se me ocurre levantar la vista, me encuentro fachadas manchadas de pintura, falsos techos rotos a pedradas, farolas y semáforos en situación de ruina y marquesinas de guagua destrozadas a pedradas, un día sí y otro también. Y no te vayas a creer: en mi camino paso frente a un hospital, un colegio y un instituto de Secundaria.
Y no trabajo en el Bronx, ni en la Zona Cero de Nueva York, sino en un lugar que presume de vivir ¡del turismo!, y donde los mismos que escupen gargajos pegajosos a la acera y te tiran la colilla a la cara si te descuidas, se manifiestan por las calles para "exigir" que los negros dejen de ensuciar la imagen de su puerto aceitoso y mugriento con su deplorable estampa de miseria. ¡Qué suerte vivir aquí!