miércoles, marzo 07, 2007

Adivina, adivinanza...

Había una vez un señor de gran prestigio en aquello a lo que se dedicaba. Publicaba artículos y libros con cierta periodicidad; y, aunque no todos alcanzaban un nivel, digamos, excelente, sí que desarrolló algunas ideas francamente atractivas.
Podía haber seguido viviendo razonablemente bien con su trabajo; pero hete aquí que, un buen día, de forma casi casual, tiene una "revelación", que es como casi siempre se tienen las ideas más o menos peregrinas con posibilidades de convertirse en geniales. Hace un somero cálculo y descubre que, de ponerse en práctica, su idea no sólo resolvería graves problemas de la Humanidad, sino que además lo convertiría en inmensa y asquerosmente rico.
Así que, dicho y hecho, preparó un detallado estudio técnico y un informe de viabilidad económica, y comenzó a tocar en las puertas de los señores que tenían la pasta. ¡Mala suerte!. El que no lo echó con cajas destempladas, se le rió en sus narices. ¿Cuál fue la solución adoptada por nuestro genio en ciernes? Pues, crear su propia empresa para desarrollar su idea, y dedicarse a dar conferencias por el mundo explicando lo maravilloso que es su invento, y lo malos-malísimos que son los poderosos dueños de las multinacionales, empeñados todos ellos en un mega-complot para hundirle en la miseria. Todavía hoy, varios años después, no hay ninguna evidencia práctica de que el invento de marras funcione en la vida real, tal y como lo hace sobre el papel.
¿Sabes ya de quién estoy hablando? ¿Seguro que lo sabes?